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MODERNIDAD MESOAMERICANA
EN EL ARTE DE BRIAN NISSEN

Arthur C. Danto

Brian Nissen es un hombre de lo más cosmopolita, que se siente a sus anchas en varias de las ciudades más importantes de Occidente, como Londres, Nueva York, París, México y Barcelona, entre otras. Es, además, una persona cultivada, amante de la literatura y de gran vena artística, que cuenta entre sus amigos a poetas, políticos, científicos y filósofos. Como creador ha establecido diálogos con los movimientos modernistas de mayor envergadura y ha encontrado inspiración estilística en todo aquello que pudiera haber congeniado con esa visión inconfundiblemente suya. Pero la cultura que lo define como artista es en primer lugar la mesoamericana. Durante los años que vivió en México, Nissen se abrió de manera excepcional al extraordinario patrimonio artístico de los indígenas que desarrollaron -aislados por completo en el centro del continente americano antes de las devastadoras conquistas del siglo XVI- a lo largo de los siglos una de las civilizaciones más grandiosas de la historia. Nissen se ocupará de este legado no desde el punto de vista del antropólogo o del turista cultural, sino como un artista que vio en las esculturas (con frecuencia aterradoras), los códices, los motivos decorativos y la arquitectura ritual de una forma de vida sometida, un sistema abundante en verdades artísticas para el cual nada de lo aprendido en las aulas, museos y galerías de Europa y Estados Unidos lo había preparado. El arte precolombino, como suele llamársele, le aportó su tema, la esencia de su estilo y una filosofía del arte que ha materializado en una obra escultórica sin igual en el mundo del arte contemporáneo. Es obvio que le sería imposible vivir la vida que México le abría en el terreno estético. Es harto ilustrado y demasiado moderno como para suscribir las creencias implícitas en el arte que lo inspiró. Sin embargo en la filosofía que lo explica encuentra el principio del significado artístico que es la clave de su propia obra.

Lo que descubrió en México podría identificarse como una estética del significado que contrasta con la estética de la forma predominante en una parte sustancial del discurso del arte moderno. "Creado por gente que no poseía el concepto de 'arte' como lo entendemos nosotros", escribe Nissen, "sus artefactos y esculturas [...] jugaron un rol integral en casi todos los aspectos de su vida diaria así como en la medicina, astronomía, agricultura, religión, el trabajo cotidiano, etcétera". El concepto mesoamericano de obra de arte era el de un objeto "investido de poderes especiales". Estos poderes le otorgaban un papel en la vida diaria; así, un cuchillo, un plato o una jarra, por ejemplo, operaban en dos planos interpenetrados: el del uso cotidiano y el de la acción ritual. "Era éste un arte que iba más allá de la elegancia formal o las ideas de la belleza, para servir como una especie de texto". El arte podría ser un texto, en el sentido que Nissen le confiere, sólo si la vida misma fuera un texto, sólo si la vida en sí fuera algo sagrado. Los seres humanos, plantas, animales, cuerpos celestes, dioses y diosas estaban atrapados en una Gesamtkunsterwerk donde todo implicaba roles, imperativos y obligaciones de los cuales dependía todo lo demás. El arte en Europa, especialmente a partir de la invención de la estética en el siglo XVIII, se había apartado de la vida colocándose en marcos o pedestales para su contemplación y disfrute así como para el ejercicio del buen gusto y el juicio. Existía para enriquecer el ocio y para quienes tenían el tiempo de cultivar su sensibilidad. La institución del museo surge plenamente a principios del siglo XIX, como un espacio desligado de las exigencias de la vida cotidiana, donde el arte no tenía otra tarea que la de ejercer su esencia. Ahí se aprendía a apreciarlo entendiendo su forma, con frecuencia analizada en términos casi geométricos, o situándolo en sus contextos históricos de los cuales dependía la eficacia de su significado. En el siglo XVIII -el siglo de la estética- algo de esto llegó a derramarse sobre la vida. Pero ésta siguió siendo la vida del buen gusto y el juicio reflejados en los modales, el decorado de interiores, los trajes, el coleccionismo y la recreación entre quienes podían darse el lujo de participar en ella.
Un paradigma singular de esta filosofía del arte contraria a la estética, descubierta por Nissen en Mesoamérica, es el tremendo monolito de una figura femenina colosal llamada Coatlicue, que viera por primera vez en el magnífico Museo Nacional de Antropología e Historia de la ciudad de México. Esta efigie imponente de más de 3.35 metros de altura, esculpida en basalto y con una aterradora cabeza de serpiente lleva un collar de manos, corazones y cráneos y una falda de serpientes entretejidas. Representa a la madre de Huitzilopochtli, patrón de los gobernantes aztecas, que saliera de su vientre totalmente ataviado para la guerra. La figura de Coatlicue es toda una biblioteca de emblemas, cada uno investido de un poder específico; sin embargo sería el poder de la totalidad lo que le daría una presencia formidable. A Nissen le impresionaría especialmente que hubiera símbolos grabados bajo sus pies, presentes pero invisibles, lo cual nos dice -a nosotros y no a los aztecas, pues no tenían el concepto de arte como algo puramente visual- que era más importante la existencia de estos símbolos que el hecho de estar a la vista, pues los poderes de Coatlicue trascendían lo visual. Ella era mágica de todo a todo; espeluznante y poderosa, y no grácil y bella como las diosas griegas. No es estrictamente cierto que nuestra relación con esta escultura deje de ser estética: el terror y el horror son cualidades de este orden cuya intención es asustar a los espectadores y no agradar al ojo como pretende la belleza. No estoy seguro de que el arte anaestético sea totalmente posible, a pesar de Marcel Duchamp. Pero desde Kant, la estética filosófica se ha confinado a un rango relativamente estrecho de efectos disponibles. El rango elegido por la cultura mexicana es el que cabría esperar de una civilización basada en la industria del sacrificio humano considerado, según los cosmólogos, imprescindible para preservar la Tierra de su destrucción. Aunque la hermenéutica real de la interpretación simbólica debería dejarse en manos de los arqueólogos de Mesoamérica, el sistema implícito del cual el arte de esa cultura derivó su propósito es una matriz para referirse a la obra -en otro sentido absolutamente contemporánea- de Nissen.

Dirijamos la mirada a Ahuácatl, término que, de hecho, significa "aguacate". Es la escultura esquematizada de un árbol de este fruto. Pero es la planta reimaginada desde la perspectiva de una cultura guerrera. Se parece a la figura de un luchador armado y con armadura. No tiene ramas; proyecta una silueta, pero no da sombra. El frente resulta amenazante, como el de Coatlicue, y está protegido por un atuendo hecho de puntas de lanza. Su identidad es, de hecho, indeterminada: podría ser una serpiente emplumada, un cocodrilo erecto con escamas amenazadoras o una especie de cacto protegido por espinas. En la base hay esferas que podrían ser tan pronto frutos como misiles. Hay apéndices que pasarían por brazos o por ramas. La figura parece llevar algo así como un tocado. Mi impresión sobre este objeto espinoso, erecto, desafiante y peligroso entraña un mundo en donde todos -humanos, animales y plantas- deben defenderse de una amenaza constante -y arrasar o ser arrasados en las luchas rituales exigidas por un cosmos implacable. No puedo pensar en nada que, dentro de la escultura contemporánea, se asemeje a este texto compacto de significado cosmológico; punzante, orgulloso, fecundo, parte serpiente, parte árbol, parte arma.
La civilización azteca se regía por el calendario y sus rituales eran vistos como necesarios para evitar la destrucción del universo. El mundo había visto pasar ya cuatro eras y se temía que la quinta -es decir, la época actual- terminaría de manera apocalíptica a manos de monstruos femeninos del tipo ejemplificado por Coatlicue. La gran piedra calendárica es, de alguna manera, el pendiente de Coatlicue. Por su verticalidad, el Katún de Nissen emparenta con Ahuácatl, y mi primera impresión fue que se trataba de una figura animada levantando su escudo en un movimiento ascendente visto en estadios superpuestos, mientras que un brazo, o un apéndice parecido a un brazo, se extendía hacia fuera en señal de amenaza, o quizá saludando. De hecho, su título se refiere a las unidades de tiempo de cuatro años utilizadas en Mesoamérica, y las "lenguas" intercaladas indican el paso de los años y van emergiendo o hundiéndose de acuerdo a la filosofía de cada quien sobre el paso del tiempo en el esquema más amplio de la historia. Independientemente de su interpretación la obra tiene, desde el punto de vista estético, un ritmo art déco, una tendencia ascendente, explicada de manera sencilla y formal cuando reflexionamos sobre la manera en que las modulaciones aztecas se prestaban a los esquemas decorativos del art déco en los años veinte, apareciendo en el diseño de lámparas, columnas y automóviles deportivos, en esculturas de Brancusi o de los futuristas, y en las ondulaciones coquetas de los vestidos de la era del jazz. Pero no se trata, sin embargo, de un ejemplo del estilo retro por parte de Nissen, quien revive esas estrategias formales del arte azteca que coinciden casualmente con el lenguaje del art déco y su necesidad de transmitir, a través del arte y el diseño, la velocidad y la sexualidad de la vida moderna. Lo que Nissen haya querido decir en los años ochenta, cuando su escultura llegó a la madurez, es otra historia. Pienso que está imbuida de afinidades entre el estado de guerra constante que parecía ser nuestro destino a finales del siglo XX y el final de una visión del mundo que tiñó la vida diaria y sus expectativas durante los últimos días de los aztecas, antes de que su cultura fuera devastada por invasores de un mundo que eran incapaces de entender -una manifestación en la vida real de lo que las fantasías de la ciencia ficción ven hoy ubicadas en el futuro. Ésta es, lo subrayo, la manera en que yo lo veo.

Existe una tercera verticalidad materializada en Heliotropo (girasol), esa flor cuyo rostro radiante está siempre vuelto hacia la luz, propiciando una interpretación religiosa en la que se dice que mira -hasta marchitarse- la fuente de su propio ser y de todos los seres vivos. No es de ningún modo arbitraria, entonces, la lectura de la obra que, al menos para Nissen, evoca una crucifixión, con los brazos estirados en la agonía de la suspensión. Yo, por mi parte, lo vi de inmediato, como una evocación de la gran Pietá Rondonini, donde Miguel Ángel esculpió de una columna antigua a la virgen y su hijo, de momento, muerto. Las dos lecturas comparten una identidad: dos estadios en la muerte de un dios salvador. En la obra de Miguel Ángel, la cabeza cubierta de María parece tener un eco en Heliotropo, pero en ambos casos el arco sobre la figura deberá ser leído como un halo. Y con todo debemos prevenir una lectura en exceso rígida, pues extendería la interpretación demasiado lejos para leer el mismo arco en Ahuácatl como un nimbo. En general, la obra de Nissen entraña un campo de significados y no la correspondencia exacta entre signo y referente. Y siempre existe la posibilidad de que una forma se haya colocado en tal lugar para completar la sintaxis de la obra como "algo necesario", sin aportar un sentido propio independiente. Pero pienso que el sentido general del campo entrañado es consistente en su rango cosmológico -de orden precario, de belicosidad, de riesgos, amenazas y consecuencias catastróficas si las cosas no van bien- que es el mensaje consistente y palpable de la forma de vida mesoamericana en un universo donde dioses y guerreros se entregan a rituales percibidos como mucho más importantes en sus consecuencias que una sola vida o una sola muerte. El cautivo que ofrece su corazón como víctima de un sacrificio está absolutamente consciente de estar contribuyendo a la armonía general de las cosas.

La indeterminación de significados específicos se manifiesta como en ningún otro lado en un grupo de volcanes que, para mí, son el logro principal de Nissen durante los años ochenta. Paricutín es una pirámide de cuatro lados, una montaña estilizada. Seis llamaradas -o fumarolas- salen del cráter geométrico doblando la altura de la pieza. Ésta transmite a través de su forma la imagen de un brasero, un accesorio del sacrificio. Hay un tramo de escalones en un costado -como en las pirámides de Yucatán- que los sacerdotes subían y bajaban durante la práctica de sus rituales. Es a la vez una forma natural y arquitectónica: montaña, pirámide, altar, donde la naturaleza, la religión y el arte colaboran en la preservación del orden cósmico. Tubos vermiformes se retuercen saliendo del cráter y bajando sus faldas, y tres cilindros y un arco en la base representan quizás una aldea precariamente situada a los pies de la oquedad tronante, violenta, devoradora, sulfurosa y llameante hacia el interior de la tierra. La obra se ve aún más alta que Nissen en una fotografía, su escala es, entonces, comparable a su poder. Lo que esta ilustración nos permite apreciar es que en ninguna de las grandes piezas de los años ochenta la escala implica tamaño. Podrían estar realizadas en cualquier dimensión, incluso tratarse de esculturas para poner sobre una mesa, sin que por esto perdieran nada de su poder. La obra es monumental sin importar el tamaño.

Una de las esculturas en bronce de Nissen tiene un significado que podría perderse entre quienes no posean un conocimiento de la historia mesoamericana tan profundo o tan rico como el suyo. Está inspirada en la chinampa, una especie de jardín flotante que sirviera para fines agrícolas en la capital azteca, Tenochtitlan, antes de la conquista de México. Las chinampas se construían de cáñamo y pastos unidos con lodo del fondo del lago que les aportaba una tierra rica en nutrientes de la que se obtenían cosechas lo suficientemente abundantes para alimentar a una población enorme. En tiempos de los aztecas las chinampas flotaban en hileras sobre la superficie de un lago, permitiendo la pesca en los canales entre las balsas y en un sistema de vías acuáticas que aún subsiste en Xochimilco. Una chinampa típica de Nissen incluye cintas entretejidas como las de una canasta para representar la técnica constructiva de las islas artificiales, formas que simulan productos agrícolas, como melones y calabazas, quizás un edificio parecido a una choza como refugio y algo que podría representar un muelle. Hay muchas variaciones del tema de la chinampa que ejemplifican, a mi manera de ver, la composición flat-bed -término introducido por Leo Steinberg para caracterizar la obra de Robert Rauschenberg. Como todas las esculturas de Nissen, las chinampas se inspiran en los artistas que han sido sus pares en las eras moderna y posmoderna. Pero las chinampas también celebran las habilidades de innumerables artesanos anónimos y olvidados que tejían y entretejían dando forma a auténticas islas a partir de material vegetal y lodo, poniendo a funcionar el arte al servicio de la vida y manteniendo el bienestar de la comunidad. ¿Quiénes entre los artistas del mundo moderno podrían decir lo mismo?
Las esculturas de Nissen utilizan un vocabulario compuesto de planos lisos con formas geométricas como extensiones -cilindros, esferas, pequeñas pirámides truncadas con aperturas, arcos- y formas irregulares no geométricas como perillas, anillos y ganchos en ocasiones dispuestos densamente como escamas o armaduras. Su estilo es inmediatamente reconocible. Los objetos que estos componentes forman no siempre se identifican con la primera. Quetzal, por ejemplo, parece estar formado de conjuntos de tres cojines para freno curvos, que podrían, en el agregado total, representar olas u hojas de palmera. Las esculturas tienen una apariencia moderne simplificada, que se explica, como he sugerido, a partir del hecho de que el art déco -o art moderne- ya había retomado formas aztecas. Poseen con frecuencia un poder compactado y una hermosa pátina de bronce, real o implícita. Las chinampas son plataformas tipo balsa, con diversos patrones impresos que sugieren el tejido y el trenzado, sobre las cuales se distribuyen formas escultóricas como las descritas antes, que sugieren estructuras agrícolas. Parecen asentamientos en miniatura y llevan el lenguaje escultórico del artista a una nueva dimensión.
Una sensación diferente, aunque afín, es la que transmiten las variaciones de Nissen sobre un tema de la naturaleza, el Limulus polyphemus o cangrejo herradura -cuyos caparazones vacíos parecen artefactos aztecas- muy conocido por los habituales de las playas de las costas de Nueva Inglaterra. Nissen los ve como cascos con decoraciones puntiagudas. Su forma ha permanecido inalterada durante 200 millones de años; es el animal más antiguo en el sentido de que los especímenes vivos son morfológicamente iguales a sus fósiles más tempranos. Nissen decidió, en un momento de inspiración, diseñar nuevos caparazones para el Limulus polyphemus, como si se tratara de una nueva línea de cascos destinada a los miembros de una orden neoazteca interesada en la intimidación a partir del tocado. Así que hay formas de hoja, (Limulus 1), formas de lombrices (Limulus 7), y aun formas de lengua (Limulus 5), lo cual apoya mi lectura inicial de Katún como "guerrero". La exhibición de los Limulus es como un catálogo de las formas de Nissen con nuevas aplicaciones.

Algunas veces el reciclaje de formas lleva a resultados nuevos e incluso sorprendentes. En cierta medida, la sensación de Quetzal, por ejemplo, se amplifica masivamente en el mural escultórico, The Red Sea (El Mar Rojo), instalado en el Centro Maguen David de la ciudad de México y terminado en 2005. Consiste de planos blancuzcos y ondulados -como virutas- de diferentes anchos que se van dilatando progresivamente en ambas direcciones desde el centro, donde las "aguas" se han separado, creando una senda para que los Hijos de Israel puedan pasar entre los muros de agua, sobre el piso del Mar Rojo. Construir un mar furioso, dividido por el poder implícito de Jehová, es un acto de osadía artística que rebasa la obra de por sí atrevida de Nissen y no tiene parangón con lo que yo conozco del arte. Es una obra maestra de arte religioso, de ornamentación para un templo, de escultura mural y es digna de la tremenda tradición mesoamericana que ha sido fuente de inspiración para Nissen durante cuatro décadas. Es también la culminación de una brillante carrera.
Traducción: Guillermina Olmedo Vera
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Arthur Danto, Profesor Emérito en Filosofía de Columbia University de New York, y es el critico de arte para la revista The Nation. Entre sus libros destacan The Transfiguration of the Commonplace, Embodied Meanings, Beyond the Brillo Box, and Encounters and Reflections, ganador del National Book Critics Circle Prize para la Critica. Es, además, un prestigioso pensador de gran influencia entre artistas, críticos, historiadores de arte y filósofos del arte.